Cuando me pongo a imaginar personajes, diálogos, escenas y situaciones, me traslado en cuerpo, mente y, sobre todo corazón, a otros mundos. Me meto en la piel de cada uno de mis personajes, me alegro con ellos, comparto sus penas… y se me pasa el tiempo volando. Seguir leyendo … Y a menudo me ha pasado descubrir, cuando aterrizo en el escritorio de golpe y porrazo, ¡plaf!, que se me ha dormido un pie o una pierna, que tengo urgencia por ir al lavabo o que mi estómago ruge de hambre… Me lo estaba pasando taaaan bien que no notaba nada.

Como decía Albert Einstein, «La creatividad es la inteligencia diviertiéndose». Así que, ¿cómo iba yo a cortarme a mí misma el buen rollo que estaba viviendo?

Me identifico con la imagen de una cafetera que, como la chimenea de un tren, despide una nube cósmica. La mente, en pleno proceso creativo, es como una cafetera en la que bullen las ideas, como el agua hirviendo, que va subiendo, va subiendo, mezclándose con anécdotas reales, inventadas, ilusiones, preocupaciones, ensoñaciones, miedos, añoranzas y brrrrr, grrrr, pffff, shhhh. ¡Sube el café! ¡grugrugruuuu! ¡Y ya está listo! ¡Ya tenemos el personaje creado! ¡La escena encuadrada! ¡El verso rimado!