Esta es mi biografía literaria
Yo era una niña muy inquieta y curiosa.
Cuando alguna vez me preguntaron qué quería ser de mayor, contesté que
pastora como Heidi. Me gustaba la montaña y me encantaban los dibujos de esa niña
que vivía en los Alpes. De hecho, ver los dibujos o escuchar un cuento era
el modo de conseguir que estuviera absorta y así, quietecita por un rato
Después crecí un poquito y aprendí a leer y a dibujar. Me continuaba gustando la naturaleza: me encantaba correr y saltar por las rocas de la montaña, recoger una rama para construir un tirachinas, cavar un hoyo en la playa con mi cubo y la pala esperando encontrar el tesoro de un pirata… El deporte me gustaba y era una manera de canalizar mi energía mediante le juego en movimiento. A la pregunta de qué quería ser de mayor, respondía que atleta, pero no una atleta cualquiera, sino atleta de los Juegos Olímpicos. Después cambié la respuesta: quería estudiar INEFC.
Y de repente di un estironcito más, mi cuerpo se transformó en el de una adolescente y me apasioné por la lectura. Descubrí la poesía. Me sumergí en multitud de novelas. Aprendí nuevas palabras para describir la realidad y poner nombre a los sentimientos, para entenderme a mí misma, para comprender los cambios que estaba experimentando y situarme en el mundo que se abría ante mis ojos.
Me enteré de que había unos estudios que se dedicaban especialmente a las palabras, a desentrañar su origen y significado, a saber enlazarlas para tejer bellas historias… Esos estudios tenían un nombre muy bonito: filología, que significa “amor a las palabras”.
Así pues, estudié Filología Hispánica. Y, sin apenas plantearme qué quería ser de mayor, me vi trabajando de profesora de instituto. Fue algo natural. Mi padre era profesor y la docencia siempre ha formado parte de mi mundo. Recordé cómo de pequeña mis padres en casa y mis maestros y profesores en la escuela y la universidad, me habían guiado en el aprendizaje y me habían enseñado. Gracias a ellos yo era profesora. Me propuse disfrutar al máximo de las clases con mis alumnos, transmitirles mis conocimientos y aprender juntos. Entonces descubrí el placer de comunicar. Mientras tanto, empecé a viajar en mis ratos libres. Conocer otros lugares y culturas me entusiasmó. En cada viaje me traía de vuelta en la maleta palabras de otros idiomas, paisajes para poemas, ideas para novelas y muchas anécdotas para recordar con la familia y en las reuniones de amigos.
Con el paso del tiempo dediqué más constancia a mi pasión por escribir. En esa pasión podía aunar mi gusto por comunicar, por viajar, por crear… Y me lo pasaba y paso genial. Cuando me convierto en narradora dejo de lado la Marta cotidiana, esa que va en pantuflas por casa o que está en frente de la pizarra en el instituto, y me transformo en una especie de superwoman. Alguien como la chica de la canción She’s got the look del grupo Roxette: una mujer con una fuerza arrolladora. Me siento vibrante de ilusión, exultante de felicidad, inofensivamente poderosa, con superpoderes para crear lo que quiera. Todo es posible en la ficción. No hay límites a la creatividad. ¡Es sencillamente genial! La fiesta y la diversión están servidas. El truco, de hecho, es muy fácil: consiste en regresar a la infancia para recordar cómo se juega. Aprender de nuevo que un cartón de leche puede ser lo que quieras: un camión, una casa, un gigante…
Y que puedes jugar al escondite o al pilla pilla y cambiar las normas. O mezclarlas. Y lo mismo ocurre con la escritura: los personajes, los ambientes… pueden ser lo que se te antoje, lo que más te guste en ese momento. Y la trama de la historia puedes trenzarla y destrenzarla a capricho y sin excusas. No hay nada definitivo. Todo es modelable, como jugar con la plastilina. No hay miedo al error, porque el error en sí no es tal: todo es experimentación, prueba, posibilidad, todo tiene su espacio y su función. Ahí reside la semilla de toda creación. La confianza en que todo está permitido, todo puede cobrar vida y ser cómo tú quieras que sea. Lo más difícil de la creatividad era justamente lo más fácil: desaprender y volver a jugar. Como cantan las Indigo Girls: «The hardest to learn was the least complicated» (canción Least complicated).
Un buen día decidí dar un paso más. Tanto me gustó reconectar con el juego de la niñez y llevarlo a la vida adulta, que se me ocurrió la idea de profesionalizar mi pasión y me lancé a autopublicar una novela. De esta manera puedo compartir con mucha más gente mi faceta de escritora. Actualmente me dedico a la docencia, a escribir y a disfrutar de la vida con los que más quiero.